Uno no debería...

Él era un joven sin familia relacionada al toro, un día por acción de los hados se encontró cada día con la presencia de la plaza. Al tiempo entró, se le arremolinó el gentío y escuchó a los aficionados hablar de lo que sucedía en el ruedo.  Solitario encontró la calidez de la plaza, hizo amigos.  

Ella. Basta decir que su madre estuvo muy cerca de parirla en una pequeña plaza a las afueras de la ciudad. 

Para cuando se conocieron ella caminaba entaconada por los callejones de diversas plazas. Pero aquel día declinó la invitación y subió al tendido para estar con él y los amigos que azarosamente compartían.   

Claro que se amaron. Profundamente, arrebatadamente, como un toro bravo, su amor los encunó hundiéndose profundo en sus muslos, el reguero de sangre perdura hasta hoy.  

 






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