Morante o la orgía inminente...

A Felipe Álvarez y Jaime Oaxaca,
compañeros de la legua  y amigos entrañables...

Para muchos el título sonará rimbombante y hasta soez... pero es que este lunes Morante estuvo muy cerca de encuerar a toda la plaza y convertir esa corrida en una verdadera bacanal. 

De milagro que 'el de la Puebla' no sonríe como lo hace Diego Silveti... si así fuera seguro más de uno se le encueraba y con esa orgiástica energía que emana de su muleta, seguro, seguro nos encuera a todos. Qué bueno que no fue una faena redonda por que de serlo... imaginemos juntos:

Un Toro-Toro como el que salta en plazas serias, desgarra el viento y se  entrega a un percal extendido al sol en el milagro de la verónica. Regresa y él, el de la Puebla lo vuelve a enganchar... lo saca de tablas en otra milagrosa y seductora pero vivaz ejecución. Nuestra piel se comienza a inflamar. Lo remata torero y salen los caballos para recordarnos que esto es un ritual. El bicho va de largo hacia el caballo una, dos veces... las puyas bien marcadas, aplaudimos. Ahora sale José Mauricio y por gaoneras toreras nos muestra que el Toro irá a más y con mucha cadencia. 

Morante observa al Toro y nosotros al él. Como gatos agazapados esperamos el momento en que tras las banderillas nos entregue su toreo... pero no será así o es que él, en realidad es una sirena y nosotros náufragos, sedientos tras años de espera por toreros buenos, veremos en éste el abismo del amor taurino que se desprende de la música callada de la que nos habló Bergamín...? No importa, estamos sentados y sedientos, estoy segura que en el tendido el alcohol no corre como en otras tardes. No. Hoy la borrachera provendrá de él. Convertirá el agua en vino y todos beberemos al fin. Y sí...

La tarde ha disminuido el golpe de calor... el viento corre tibio entre nuestras piernas y nuestras manos sudan poco pues él, el de oro, ha ido ya por su muleta. Pidió permiso al Juez que también está nervioso. Y cómo no, si ya se siente un calor extraño... No brinda la muerte, al parecer se guarda para él ese momento final. Morante camina hacia el Toro. Y nosotros huérfanos de figuras nos acomodamos a manera de estar más cerca de él. Inclinados con los codos clavados en los muslos, nuestros calientes muslos... Y ya comienza el triunfo. El toro desde tablas lo mira y él se acerca para a media altura seducirlo con la muleta. Y el Toro responde brusco como oponiendo la resistencia que caracteriza a las vírgenes... Pero ese hombre de oro lo saca de tablas con un muletazo que parece de acuarela, como un cuento de hadas, como una promesa... y el Toro ya va humillando la cabeza. Morante, Morante de la Puebla en el tercio comienza su faena y la plaza entera ya grita placentera... como la amante del que mejor besa. 

Con un toreo al natural nos arranca la piel, a tanto grito nos convierte en la encarnación del deseo, nos confunde, nos acaricia y nos hunde en el abismo del toreo... Esa profundidad de la que sólo es capaz él. Nos deja caer en un trincherazo que se ahoga en las mil voces que ahora parecen mudas... Algunos comienzan a exaltarse y en un estertor saltan temblando de sus asientos... El de oro camina... y respiramos al fin... respiramos hondo porque en cuanto se acerque a ese bicho negro poco podremos hacerlo. 

Y se siguen dibujando las oblicuas, la cintura de Morante, su ancha espalda y su muleta se inclinan como lo indica la espada que él mantiene detrás, escondida, como vigilante de esa verdad... Y no, nunca la usó para lastimar el morrillo del toro y provocar con ello su embestida... no hacía falta, el Toro no abría aún el hocico ni se quedaba rezagado ante el llamado del torero. Esa espada no se movía, suspiraba ante la polvareda que levantaba la embestida... y no nos permitía dejar de ver los vuelos de la muleta, era como un yugo que nos mantenía humillados... viendo tan sólo las zapatillas y sintiendo el paso del Toro... Mientras, la piel hervía y el torero, el torero calmado sonreía... La plaza en pleno beso con él y cuando el toreo circular nació de sus palmas ahí dejamos el aliento. Sí, lo dejamos y decidimos entregarnos a él.

Para la quinta tanda ya estamos desmayados en sus brazos... ya no podemos gritar, ya no hay más voz que el palpitar de treinta mil corazones arrobados. No hay más voz que nuestras palmas excitadas por una necesidad loca de metamorfosearnos en Toros Bravos y estar ahí con él acariciando la arena con los belfos sellados. Si tan sólo fuera posible alcanzar su hombrera y susurrar alguna suerte torera... Si tan sólo la espada aturdida por no sentir la muleta pudiera dejar de pensar en la traición... Pero no lo hace en esta faena... Aquí está ella, peinándose las patillas, pensando en la noble carne que atravesará, sabe bien que su destino es deslizarse y cómoda dormitar en las entrañas de un ser capaz de pelear hasta el final. 

Y lo hace... es la única que en la plaza dormita, todos nos hemos vuelto locos, hemos arañado las butacas, hemos vomitado millones de olés sin parar. Hemos coreado con un grito grave el 'torero, torero' que a la espada arrulla. El juez no sabe a ciencia cierta qué pañuelo dar, él también ha sido embelesado. Los cojines no han sido lanzados, permanecen desfigurados entre las manos de algunos aficionados que se contienen. Otros agitan feroces los pañuelos... los pañuelos que como la espuma de la playa crecen... Un rabo piden, una pata, dos... Morante nos mira, sonríe y todos, todos a punto del desmayo despedimos al Torazo bravo que recorre el ruedo despacio jalado por las mulillas. 

Ya ha salido el Toro... ni un cojín en el ruedo, la gente se lanza a la arena para tocar a su dios y los empujones, que son caricias aumentan la locura... aún en el tendido, algunos nos miramos felices, sonrientes, nada importa del mundo, nada que no esté en esta plaza... Algunos se abrazan... los amantes se besan, los niños saltan al cuello de sus padres y Morante, Morante se vuelve inmortal... 

Qué mal que Morante no sonríe como Silveti, ni ha dejado para la vulgaridad herir al toro para que éste avance, ni ha logrado combartir el viento, ni ha matado a un toro con trapío de una estocada profunda, ni está en forma... Qué mal que somos náufragos y estas gotas de agua se han convertido en vino y han bastado para emborracharnos. Qué mal que despertamos del ensueño y Morante no dio la vuelta al ruedo con las dos orejas en las manos, qué mal que pitos ha escuchado al salir a hombros por la puerta grande de la plaza monumental...  Qué lástima que estamos huérfanos de figuras con verdad...













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