El sorteo... ritual azaroso




Acompañada de mi hermana llegamos por ahí de las cuatro de la tarde al "Relicario" (Plaza de toros poblana), subimos a los corredores de los corrales para ver el encierro y nos encontramos con nuestro anfitrión (Dr. A. Vázquez) quien amablemente nos instó a ver los toros y esperar a que todos se pusieran de acuerdo...

Tarde lluviosa de octubre, fría, nosotras dos entre puros hombres, esperando a ver cuándo nos decían que salieramos de allí... pero no pasó nunca. Tras esperar y ver a los toritos de a parejas en sus corrales se soltó una lluvia más tupida y luego llegó el ganadero (que también es el empresario) a decirles que habían acomodado mal los lotes. Él recomendaba que se colocara a cada lote un toro de "su confianza" y otro que no lo era tanto, para que la suerte se repartiera mejor... Sin mucho apuro los apoderados de los toreros lo tomaron en cuenta y se pusieron a rehacer los lotes, la lluvia no cesaba y aunque llevábamos sombrilla no la abrimos porque ninguno de aquellos minotauros se replegaba ante la lloviznita.

Pero no cesó y apretó. Sin más complicación nos fuimos con todos ellos al patio de cuadrillas mientras  los toros nos observaban un poco curiosos, un poco impacientes, un poco molestos de no poder alcanzarnos. No todos son Pajarito y estábamos como a dos metros por encima de su cornamenta.

Ya en el patio de cuadrillas los apoderados, el ganadero-empresario, el juez, algún torero joven, los mozos de espadas, monosabios, torileros, hicieron unos círculos muy redondos o más bien un espiral cuyo centro o inicio era un hermoso sombrero de lana prensada que se ofrecía abierto a recibir los lotes. En un ambiente de murmullos, fueron anotados sobre papel arroz -especial para liar cigarros- y luego convertidos en bolitas muy compactas para que su secreto no se revelara si no hasta después... lo que guardan son los números del par de toros que lidiará cada uno de los matadores...

El patio de cuadrillas se ensordece por tanta adrenalina, es emocionante y  litúrgico...
En un silencio casi mortuorio, el espiral se mueve, se acomoda, se calienta, se enfría, tiembla, brama de ansiedad. Y en el centro: el sombrero, donde la suerte gira vertiginosamente, el corazón que palpita, las voces al únisono o consecutivas: ¡que haya suerte para todos! mientras el espiral entero se persigna, ¡sí que haya suerte!... Sin la oportunidad de ver lo que se toma, el apoderado del primer espada toma una bolita, nadie respira; el segundo espada o alguien de su cuadrilla, finalmente el de menor alternativa... Abren sus papelitos respiran de alivio... y comienzan a dictar al juez los números.

Ya con la suerte echada regresamos todos juntos a corrales. En el camino se decide qué toro va primero de cada lote y entonces la pericia del torilero y sus muchachos cierran el ritual.

Eso de entorilar me parece una reminiscencia clara del minotauro y su laberinto, puertas y corredores entrecruzoados, conectados irremediablemente. Se abren cerrojos, se jalan cuerdas tan anchas como mis muñecas, la fuerza, la concentración, el llamado cuidadoso a los toritos, sin un sólo atisbo de agresión con un engaño hecho de costales y una vara larga larga, se les muestra el  camino.

Durante este ritual que es preludio de la corrida aquellas gentes que viven del toro transpiran cierto respeto y adoración por el animal que habrán de sacrificar, para quienes pagamos por el toro es una experiencia que renueva la afición, que provoca seguir en esto, aunque los toros no hayan dado bueno juego.

El Sorteo inmisericorde ante la muerte se presta a la reflexión sobre el destino que se "elige" cuando se es torero, sobre la complicidad del apoderado, la cuadrilla y el torero, sobre la confianza, sobre la súplica: ¡que haya suerte para todos! que en sí misma se multiplica... que nadie muera, que todos triunfen, que sean de bandera... sobre el azar que engendra al toreo mismo...

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