Otra vez el destino... 7 recuerdos del Pana


Ahora sabemos que al Pana lo van a enterrar dos (tres?) veces porque no es fácil enterrar a un brujo, a una emoción tan grande.

Hoy mi madre me preguntó por El Pana. Nos pusimos como niñas a llorar, sí. Ninguna de las dos fuimos cercanas a él. Ella recuerda que la última vez que lo vio en persona fue en la plaza, él vestido de civil con sombrero y puro, en el graderío muy cerca de mi padre. Pero no hablaron. Por mi parte, la última vez quizá fue en alguna plaza de Tlaxcala, o de Puebla. La realidad es que mi familia jamás fue de ídolos, ni posters, ni discos de cantantes... Pero Rodolfo era otra cosa. Un lance familiar en el que la admiración se conjugaba con la conmiseración hacia un ser querido en perpetua desgracia. 


Uno. 
Una vez fui con mi padre a ver al Pana con Alberto Ortega, fue extraño, ambos sabíamos que esa tarde era fatal, para alguno de los dos. Alberto era el talento hecho trizas y miedo. El Pana el talento hecho mierda por el alcohol y la ridiculez del que a fuerza de ser único se convierte en el pintarrajo de la burla emanada de la envidia y otras obscenidades de la malagente. Ninguno triunfó, pero nos dio gusto ver al Pana, quién sabe por qué. 


Dos. 
Alguna vez fui sola a los toros con mi abuelo y cuando regresábamos de los corrales me dijo, algo así como "Ojalá hoy sí nos cumpla El Pana". Mi abuelo le tuvo siempre una fe ciega. Siempre que las cosas salían mal, que era usual porque casi no toreaba y cuando yo era niña ya habían pasado sus destellos iniciales, mi abue decía "La siguiente tarde, la próxima sí... pinche Pana". O algo así. Era uno de sus toreros, ni cómo negarlo. 

Tres. 
Mi abuelo ya no vio triunfar a Rodolfo en La México, sé que se hubiera emocionado. Yo estaba muy emocionada y me entusiasmé al grado de pedir que la grabaran. Se hizo. Ninguno esperaba semejante brindis, ni semejante despedida. Feliz y extasiada quería que se cortara la coleta y todo terminara allí. En ese instante de gloria en el que abofeteaba al destino cruel y culero que lo había dejado tan al borde del abismo, pero no.

Cuatro.
Una vez lo encontré viendo a unos becerristas en Apizaco. Fue la primera vez que me tomé una fotografía con un torero, con un alguien que destaca en el mundo. Fue amable. 

Cinco. 
Una vez toreó con dos mujeres y a una la trató como una hija a quien se le reenseña a conducir. No es misógino sino protector, sin embargo aquel día me molestó que lo hiciera. Al final de cuentas las piernas de aquella son tan frágiles como las de él y hacen el mismo bulto para el toro. 

Seis. 
Qué gusto me dio que Morante le diera su lugar de brujo y lo llevara como amuleto a cuanta plaza se pudo. Pero El Pana merecía más. 

Siete.
Por escribir sobre él me publicaron por primera vez en España. Algunos simplemente cumplimos sueños a través de otros, y conocí al Zubi, un hombre maravilloso a quien también perdí y quien me acompañó en la legua de las letras para el toro.  
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Al Pana me lo enterraron vivo. Un toro lo hizo, ¿o lo hicimos todos desde hace años, cuando dejábamos de creer en él, cuando no fuimos capaces de sacarlo del alcoholismo, cuando mencionamos socarronamente sus arrugas, cuando lo tomamos de loco por su personalidad extravagante? Espero que como aquel siete, él vuelva por su cuenta a taparnos la boca y a plantarse como un chaval frente a nosotros para lidiar con arte.  Lo más seguro es que no se pare nunca. Lo más triste es que no lidiará en Madrid. Se lo dije a mi tía y volví a llorar, y todos guardaron silencio mientras me limpiaba las lágrimas. Mi padre alcanzó a decir... Siempre ha sido un drama, no podría terminar de otra forma, así es el Pana, con la tragedia acuestas pero también con el valor de sobrellevarla. 









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